Estas fechas navideñas que nos invitan al reencuentro, son activadoras de los conflictos de separación de nuestra vida, porque son el momento de la vuelta a casa, de las reuniones familiares y de amistades, de sentir el contacto y los vacíos.
No siempre se puede, o se quiere, salir al encuentro. Hay seres queridos que ya no están, murieron, o nos separamos totalmente de ellos. Pero el recuerdo permanece, reactivando en estos días la nostalgia de los buenos momentos o el dolor de la ausencia. En otros casos están/estamos, a demasiados kilómetros y no podemos permitirnos el viaje sintiendo impotencia, además de separación.
La costumbre de reunirse al llegar el final del año, no siempre coincide con el deseo personal y se puede vivir como una obligación, por lo que el conflicto de separación es en este caso un rechazo al encuentro, un "no me apetece". Tenemos entonces dos versiones emocionales del conflicto, "lo mismo te echo de menos, que antes te echaba de más", como dice una canción de Kiko Veneno, deseo de unión y deseo de separación, conviven y se alternan.
Cuando alguien querido falleció, l@s hij@s se fueron a estudiar o trabajar fuera, la pareja me dejó, me siento en conflicto de abandono, voy a echar de menos. Cuando soy yo la que decido irme, separarme, o no retornar, el conflicto de separación se torna alivio y expansión, con el aderezo, en mayor o menor medida, de la culpa, por no cumplir los mandatos internalizados o las expectativas de unión de los demás, lo cual no quiere decir que no se eche de menos, también. Vemos pues dos roles complementarios en las experiencias de separación, el que se va y el que se queda, el que decide separarse y el que asume la consecuencia. Aunque es difícil la situación para ambas partes, podemos ver un rol activo y uno pasivo que repercute en la vivencia. La vida nos da la oportunidad de transitar ambos, como hijas primero, y como madres, después. También sentimos culpa cuando se trata de acordarse de personas queridas que fallecieron, porque nunca nos parece suficiente lo que hicimos por ellas, o el tiempo que compartimos juntas.
Los conflictos de separación son abundantes y comunes en los seres humanos gracias a la posibilidad de podernos mover en el espacio. Al crecer y madurar, las personas nos diferenciamos unas de otras, y según la etapa de la vida, las razones que nos mantienen unidas varían. Las uniones y separaciones, son funcionales biológicamente, sirven para la supervivencia, proteger y prodigar alimentos, cuidados, afectos, así como para la reproducción. La agrupación nos hace la vida más fácil en tareas complejas que se facilitan al trabajar en familia, grupo y organizaciones.
La unión y la separación repercute en la configuración de la identidad. Necesitamos diferenciarnos, separarnos de nuestros padres y maestr@s, para hacer camino propio. De manera que vivimos tensiones cuando se crean relaciones de dependencia, control, y no dejamos espacio y autonomía a nuestr@s hij@s, lo mismo que las sentimos nosotras, cuando la pareja, padres o amistades, nos demandan atenciones y tiempo de encuentro, por encima de lo que queremos o podemos ofrecerles. En la madurez tenemos la oportunidad de vivir ambos escenarios de forma simultánea. Así que podemos comprender mejor los mecanismos que nos operan.
La protección y los cuidados tienen el límite allá donde el otro no quiere ser protegido o acompañado. Y nosotras tenemos que redefinir nuestro tiempo y rol de madres cuando l@s niñ@s crecen, para no abusar de nuestras atenciones más allá de lo necesario. Tendremos que encajar negativas, rechazos de ofertas para compartir tiempo con ell@s, y emanciparnos nosotras de nuestro papel de madre, progresivamente. Con lo que nos costó renunciar a la libertad personal, con la primera experiencia de crianza, ahora tenemos que andar el camino inverso. Como vemos, la identidad personal, se ve afectada por el rol cambiante, me vuelvo a preguntar quién soy en los momentos de separación.
En esta etapa surge la oportunidad de iniciar nuevos proyectos personales, aprender a disfrutar de la soledad, sentimiento inevitable en los conflictos de separación, más pronunciada si lo vivimos como víctimas. Ser testigo del crecimiento de l@s hij@s, es vivir un duelo a la infancia y darle la bienvenida a un@s desconocid@s adolescentes. Es duro, si no tienes otros objetivos personales y/o laborales, encajar esta etapa de cambio y separación de tus hij@s. Pero lo mismo ocurre cuando hay una separación de pareja, o fallecen nuestros mayores, u otros seres queridos. El paso por el duelo de la separación será menos doloroso en la medida que te enfoques en darle curso a un nuevo potencial en tu vida, es el momento de preguntarse qué es lo que tengo postergado, qué me gustaría iniciar. Porque toda separación, es la antesala de un nuevo encuentro con una nueva versión de tí misma.
Compartir con alguien de confianza tus duelos, siempre alivia el tránsito emocional y físico. Acepta los ritmos de tu biología, permite un tiempo para la pena y la integración, que dará paso a un tiempo de energía renovada para la acción, para la nueva etapa que se avecina. Puede que afloren síntomas en tu piel, el órgano con el que nos relacionamos y percibimos el contacto, tanto si queremos "separarnos de" como "acercarnos a". Quizás notes pérdidas de memoria, distancia emocional, consternación, desorientación, son mecanismos de defensa ancestrales para amortiguar el dolor de la separación. No te preocupes, son movimientos temporales de nuestro cerebro, para adaptarse al shock y a la nueva situación. Descansa y alterna con periodos de acción, mímate, y ten paciencia.
Recuerda que las uniones genuinas están facilitadas por propósitos comunes, los nuevos proyectos traerán a tu vida nuevos encuentros, y la conclusión de los mismos, separaciones. Así se expresa el devenir de la vida, con el cambio y movimiento. Tener un objetivo para mirar adelante, será siempre el mejor remedio a la nostalgia de lo que dejamos atrás, que por otro lado, queda integrado en nosotras en nuestras vivencias y aprendizajes de vida.
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